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divendres, 15 de juny del 2018

Y no me presenté


Asisto ayer a la presentación de Las mujeres de mi vida, de Paco Riera, un libro que no he leído y al parecer intenso, íntimo, de prosa poética, 127 trozos de vida donde el autor se desnuda, arriesga, que es como hay que escribir, a pelo, del alma al papel si es que hay alma y algo en el alma que vaciar, y ya corregirás lo justo luego, pero del alma al papel, la única forma de escribir algo decente. En fin. No sé quién es Paco Riera y por eso, justamente por eso voy a la presentación, por curiosidad de saber quién es este autor, del mismo modo que siento curiosidad por saber quién soy yo y nunca me aburro de intentarlo saber ni me asusto de querer saberlo porque sé que por suerte nunca lo llegaré a saber, no me gusta asistir a presentaciones de autores conocidos porque ya los conozco, no hace falta asistir a presentaciones de autores conocidos, matan de antemano la curiosidad, no tiene sentido, para mí no tiene sentido, aunque si Paco Riera hace otra presentación voy a querer asistir porque todavía no le conozco del todo, con una vez no basta, aunque me bastó la lectura de fragmentos del libro para comprender que se trataba de un autor de verdad, que decía lo que sentía y lo decía porque lo sentía, de manera que escribiendo, pensé yo mientras le escuchaba, este autor es igual, basta con escribir como uno habla, nada más, luego elaboras, pero elaboras sobre la base de haber escrito como hablas, lo más difícil es escribir como hablas y luego corregir para que se entienda como hablas escribiendo. Es importante que se te entienda, porque hay gente que balbucea al hablar y te quedas con la duda de si lo que está diciendo tiene o no interés y quizás, como balbucea al hablar, podría ser un gran escritor… ¡ah!, pero no lo es, lástima, no lo es como la mayoría, que no se les entiende al escribir, balbucean al escribir porque balbucean al hablar. Una lástima, sí, una lástima.

Por suerte no es el caso de Paco Riera, que no balbucea al hablar y se le entiende bien hablando y escribiendo. En fin. Supe de Paco Riera hace unos días, mediante un conocido del bar que frecuento sobre todo para comer las patatas fritas más deliciosas del mundo maravilloso de la patata frita, donde no abundan las patatas fritas maravillosas, no, ni hablar, la mayoría congeladas y demasiado aceitosas, con el aceite refrito y de mala calidad. Me gusta quedar bien con los amigos e incluso con los conocidos, cosas de la cultura católica que a uno le echan encima nada más nacer, ¡ay!, aquella fotografía del cura echándome el agua bendita encima y mi abuela detrás aguantando un cirio, que no sé qué pinta el cirio, en pleno día y mi abuela con un cirio, y sonriendo con el cirio en la mano y yo con cara de mala leche ya, nada más nacer. Nada. Decidí asistir a la presentación de Riera por cortesía hacia mi conocido y porque el nombre de paco Riera no me sonaba. A mi conocido le parecía una buena idea que yo conociera a Paco Riera porque “también es escritor”, me dijo, y yo pensé que precisamente siendo Riera escritor como yo no era una buena idea presentarme a Riera en calidad de escritor. Pero viendo la buena voluntad, vehemencia e incluso ilusión del conocido, me dije irás a la presentación de Riera pero no te presentarás a Riera, y menos todavía como escritor. Es su presentación, Ricard, no la tuya, y a Riera le importa un rábano que tú seas también escritor, y menos el día de su presentación. No hay nada más soez, nada de peor gusto que presentarte como escritor a un escritor el día de la presentación de su libro, Ricard. De manera que ayer fui a la presentación de Las mujeres de mi vida y Riera me saludó al entrar y yo le saludé, pero sin más, educadamente, sin más, que es como hay que hacer las cosas, educadamente, sin más, porque este más puede significar dejar de ser educado, y al acto. Es muy fácil estropear de pronto las cosas cuando las cosas van bien y no tienen por qué ir mal cuando sólo hace falta cerrar la boca para que continúen por el buen camino.

Me senté detrás, en una silla plegable bastante cómoda de la biblioteca, y esperé a que empezara la presentación. Mientras tanto observaba a las señoras, que también esperaban pacientemente, supongo, sentadas delante, bien compuestas con sus permanentes y teñidos y tal, el comienzo de la presentación. En la primera fila no se sentaba nadie, y pensé que las sillas debían de reservarse para las autoridades, aunque luego quedaron vacías, allí no se sentó ninguna autoridad. No sé por qué pero las autoridades siempre se sientan en primera fila en los actos aunque no tengan que participar en ellos. En otra vida me gustaría ser una autoridad. Bueno, no sé si me gustaría, nunca me ha gustado sentarme en primera fila, no sé por qué. En esto coincido con las señoras asistentes a la presentación. En fin. Había en el modesto recinto unas veinte personas, más o menos, la mayoría ya digo que señoras, de una media de setenta años, calculé, aunque nunca he sido bueno para las matemáticas, si bien se me ha dado siempre bien contar señoras, y sobre todo señoritas, si hubiese sido el caso. En las presentaciones de libros asisten muchas más mujeres que hombres, y digo muchas mintiendo, porque son pocas las mujeres que asisten a las presentaciones de libros porque en las presentaciones de libros asisten cuatro gatos a menos que te llames Paul Auster o Nothomb, por ejemplo. Pero en fin, había de largo más mujeres que hombres y sin embargo el libro lo presentaban tres señores: el autor, el alcalde del pueblo y un señor de la cultura del pueblo que hablaba muy bien y le gustaba escucharse hablar así de bien, cosa que no me pareció tan bien. En fin. Mientras yo observaba a las señoras asistentes a la presentación y me lamentaba de mi ingenua esperanza de haberme encontrado con señoritas en lugar de señoras, y más aún siendo el título del libro Las mujeres de mi vida, cosa que yo había ingenuamente relacionado con una vida alegre y disipada del autor, y que me llevó a pensar también ingenuamente y por asociación enfermiza en mujeres jóvenes, la cabeza me daba vueltas sobre la conveniencia o no de haberme como mínimo presentado a Paco Riera simplemente como el amigo de, en lugar de como el amigo de, escritor. Este pensamiento me empezaba a atormentar y pensé que empiece, que empiece ya la presentación y así me olvido de esto, que empiece… Pero cuando empezó la presentación el pensamiento parásito continuaba pegado en alguna parte de mi cerebro, y a medida que avanzaba la presentación noté que el bicho hacía metástasis, siempre dentro del cerebro, nunca más allá, no sé por qué insistiendo en el cerebro, me obsesionaba, me impedía estar atento a lo que se decía, aunque lo suficiente atento para darme cuenta de que el alcalde decía lo que tenía que decir, se mostraba comedido en sus palabras limitándose a los pertinentes descomedidos elogios al autor, no se salía del guion esperado, el alcalde, un prodigio de mesura, el alcalde, gran prudencia con los descomedidos elogios, fingiendo que no los leía del papel que tenía encima de la mesa, el alcalde, que se había aplicado, era evidente que se había preparado a conciencia para la presentación, y lo suficiente atento, decía, para darme cuenta de lo bien que hablaba el señor de cultura del pueblo y de lo mucho que le gustaba escucharse hablar bien, ya digo. Pero ahí estaba ocupándome la obsesión por la conveniencia o no de no haber saludado a Paco Riera tal como me había insistido que hiciera mi conocido, ilusionado el conocido, ya digo, en que yo le saludara, y encima en tanto que escritor, me había insistido, sobre todo dile que vienes de mi parte y que eres escritor… De modo que escritor conoce a escritor, ¡que ilusión nos haría conocernos!, pensaba mi buen conocido. Y nada, durante toda la presentación este pensamiento estúpido que ya no me abandonó ayer en toda la noche, no he pegado ojo, y hasta hoy, que intento quitarme de la cabeza el pensamiento parásito mientras escribo, obsesionado, sobre el pensamiento.